La pérdida auditiva oculta golpea a gente de todas las edades sin que sepamos por qué
En 2014 Samantha Bassett, una controladora aérea de Portland, comenzó súbitamente a experimentar dificultades al seguir las múltiples conversaciones con pilotos y técnicos, labor para la que había sido entrenada y que hasta entonces realizaba sin dificultades.
Pasada una hora, comenzó a experimentar náuseas y dolores de cabeza por lo que decidió ir al médico. Allí, el otorrino le realizó un audiograma – un test que mide la capacidad del oído para captar sonidos en frecuencias diversas – y los resultados indicaron que todo iba bien.
Pero Samantha sabía que algo estaba fallando. Era capaz de escuchar y entender lo que se le decía en un entorno tranquilo, sin ruido de fondo, pero cuando se encontraba inmersa en un ambiente bullicioso – por ejemplo cenando con varias personas en un restaurante atestado – la cosa cambiaba. En situaciones como esta, «sentía» a las personas emitiendo sonido y las veía mover sus labios, pero era incapaz de entender el mensaje. No tenía ni idea de que era lo que pasaba, y de hecho ningún médico podía darle respuesta, puesto que los audiogramas seguían indicando que todo estaba bien y que no existía la así llamada “calvicie de células ciliadas”.
Dentro del oído interno se encuentra la cóclea, que tiene forma de caracol y está llena de un fluido y recubierta de una especie de vello muy fino (las células ciliadas) que no pueden regenerarse cuando se produce una lesión. Básicamente, cuando el sonido entra en nuestro oído golpea el tímpano y hace vibrar a esos pequeños huesos que todos aprendimos en la escuela: martillo, yunque y estribo. Este proceso envía ondas de presión al interior de la cóclea y hace que las células ciliadas se doblen, como las espigas de cereal al paso del viento. El movimiento en la punta de estos diminutos “pelillos” genera una señal eléctrica que libera neurotransmisores en el otro extremo. Luego estos se desplazan a través de las sinapsis hacia las fibras nerviosas, que transmiten la señal hacia el cerebro, donde nuestro “centro de control” las convierte en los diferentes y reconocibles sonidos de nuestro mundo.
Bien, los conocidos audiogramas a los que prácticamente todos nos hemos sometido alguna vez, miden que no se hayan producido lesiones que estos “pelillos”, de ahí que antes haya hablado de calvicie de células ciliadas. Samantha Basset no mostraba ninguna lesión coclear, y eso era lo que las pruebas detectaban. Aun así, nuestra controladora aérea sabía que no estaba loca, aunque le tocó esperar hasta 2019 para recibir un diagnóstico acertado sobre su lesión auditiva. Y no podemos culpar a los otorrinos, ya que su mal – llamado pérdida de audición oculta – era una auténtica desconocida hasta que dos investigadores de la Universidad de Harvard, concretamente del Hospital Ocular y Auditivo de Massachusetts, comenzaron a desvelar el misterio. En el mundo había muchas más personas con el problema de Samantha, un mal extremadamente difícil de detectar mientras el paciente estaba vivo, y que solo la autopsia del oído interno revelaba.
Los neurocientíficos citados se llaman Charles Lieberman y Sharon Kujawa, y ellos son los responsables de que ahora sepamos lo que pasa, gracias a un estudio que comenzaron a realizar en 2009. La pérdida de audición oculta no se produce por lesiones en las células ciliadas, sino en las sinapsis que deben trasladar la señal eléctrica hacia el cerebro. Su descubrimiento produjo lo que muchos en su campo llaman un cambio de paradigma. Como decíamos, hasta ahora los otorrinos se han centrado siempre en las células ciliadas y por tanto se han apegado al audiograma tradicional para diagnosticar problemas auditivos. En opinión de Liberman, esto no es una prueba matizada y para explicarlo establece una analogía: «Es como ir a un oculista y que este te pregunte, ‘¿Está el gráfico en la pared?’ En lugar de ‘¿Puedes leer la línea de abajo?'». De ser así el examinador sabría que tus ojos pueden captar la luz, seguro, pero no podría afirmar que tu cerebro puede transponer esos fotones en letras”.
¿Cuál era la causa de esto? Kujawa no lo sabía aunque pensó que al menos podía probarlo. En su antes mencionado trabajo de 2009, realizado en colaboración con Liberman, ambos realizaron el estudio definitivo que hizo que la pérdida auditiva oculta se adentrase en el mundo de la realidad. La base del experimento fue bastante simple: sometieron a un ratón a un ruido de 100 decibelios (aproximadamente el mismo nivel que produce una cortadora de césped) durante dos horas. Después esperaron unos días o semanas, lo sacrificaron y le hicieron una autopsia. La pareja de investigadores vio entonces algo que no esperaban. Las células ciliadas de los roedores estaban intactas, pero el 50 por ciento de las sinapsis habían desaparecido. «Literalmente la mitad de las conexiones. Fue aterrador», comenta Liberman.
Las conclusiones eran demoledoras. El ratón se vio expuesto a un sonido que no era tan fuerte o sostenido como para provocar lesiones en las células ciliadas, pero que aun así pudo “cortar” los cables de su cerebro. Todo parecía indicar que las conexiones neuronales eran más delicadas y se degradaban antes que las células ciliadas.
La bola había comenzado a rodar y dos años más tarde, otros investigadores nombraron a este fenómeno neurológico como pérdida de audición oculta. El término «oculto» está perfectamente elegido ya que como hemos dicho no hay una forma sencilla de ver si esas sinapsis se rompen, y la deficiencia no se revela directamente en ninguna prueba clínica estándar. De hecho, uno puede perder casi el 90 por ciento de las conexiones eléctricas antes de que un médico se dé cuenta de que algo anda mal. «Si las células ciliadas siguen funcionando normalmente«, dice Liberman, «el audiograma seguirá siendo completamente normal«.
Los esfuerzos ahora irán encaminados a descubrir formas no invasivas de diagnosticar esta condición. En una decisión que les honra, algunos de los pacientes de Kujawa y Liberman están permitiendo que una vez fallezcan les realicen una autopsia del oído interno. Las valiosas muestras biológicas (junto al historial médico de estos donantes post mortem) están contribuyendo enormemente al aumento de conocimiento de un mal que nos afecta a todos. De hecho, todo parece indicar que esta condición afecta a todo tipo de personas, de todas las edades, desde octogenarios hasta jóvenes músicos. Y es que desde que la humanidad dio sus primeros pasos sobe la Tierra, jamás habíamos estado sometidos a un nivel tan alto de ruido.
Fuente: Fuente: Audioprotesistas.org